viernes, 30 de abril de 2010

El poeta sin palabras.

Lanzó al aire la papalina y quedó posado entre las rocas. No lograba relegarla. Jadeante de vagar distraído, se moría sin ella.

Ella…

Nace del cielo al reflejo del sol en la lluvia, anda cuando las olas saltan al viento, viaja en la almadía del abatido hombre de mar. Nace con cada flor que de la tierra crece, anda cuando ella suspira de amor. Viaja por las lágrimas que caen junto a la noche, vive a cada nota musical que ahoga al que ofrece al aire sus sentidos, mientras, con paulatina armonía, se eleva hasta el cielo. Observa esos ojos claros mojados, que desnudan al hombre más frío, y está allí para cantar al ver nacer el milagro más grande.

Se alzó y dio camino a sus remos. Tras un soplo de andanza paró y se entumecieron sus ojos. Frente a sus labios marchitos posaba un tropel de colores sinceros.

Un barboso alfarero ilustraba su vástago en el arte de perfilar la greda. Un bordador definía el ropaje que sería mañana traje del rey. Candeleros, ceramistas, costureros, ebanistas, escribanos, tintoreros y tapiceros, lanzaban su arte, pronunciando en silencio su amor al destino. El panadero otorgaba un perfume al raudal de virtuosos artistas. Una dama, con su piel embellecida al son del agua, acariciaba un arpa fulgurante, dando vida a la plaza entera. Un galopín, volaba entre marchantes con una carta en la bolsilla. Y el más añoso de los artistas arruinados, posaba callado en un escondrijo. Nuestro caminante frustrado y herido, se acercó al anciano de mosca blanca, envuelto en un ropón tiznado. Vio que guardaba entre los dedos un libro viejo y una estaca de madera centenaria. Fijó su mirada a los ojos muertos del pobre carcamal, y dijo:

-¿Ha visto usted a mi princesa, y reina de este lugar?-

-Lo siento, no recuerdo similar doncella –alegó el anciano-.

-¡Sin ella, morirá mi alma de poeta!

Recuerdo a su cabello volar al viento y a sus labios hablar sin palabras. Sus ojos verdes, indudables. Su alma, agarrando a mi mano encerrando al pincel para poder trazar mis alabanzas. No hay otra, no es mía, pero nadie la quiere y la desea más que yo.

Moriré, moriré, moriré si no la encuentro-.

-Creo señor, que he logrado entenderle. Vuestra amada respira durmiente.

¡Para despertarla, cantad al viento con vuestras más sinceras palabras!-

El poeta miró al cielo y lanzó:

-¡Manadero de mi sangre y celestina de mis versos, deja que tu mirada le abra la puerta al sol y despierta al son de mis estrofas!-

Cayó al suelo. Ebanistas, escribanos y demás artistas se acercaron al poeta. Se respiró el aire del infierno, en una pausa escrita al trazo del diablo.

Sonaron las campanas, se agitó el viento, y el vagabundo despertó. Dedicó al sol una risita y con la vista bañada, dijo:

-Ha vuelto… Ella… La poesía…-